Màs allà de tu nariz

La nueva Revolución. Ciertamente es imperante una revolución, en beneficio de los mexicanos, de TODOS los mexicanos, pero no una revolución armada, creo que la violencia lleva a mas violencia y así a la destrucción de la humanidad y el sentido humano, las revoluciones armadas traen mas que soluciones, conflictos y perdidas en todos los sentidos, la historia, además de para recordar el porque de las cosas, nos debe servir como ejemplo para no cometer errores del pasado, y si bien la revolución mexicana de antaño beneficio a algunos, también daño intereses de otros, pero al final todos perdieron, ya que se perdieron edificaciones de gran valor cultural se perdieron vidas humanas inocentes y se perdió durante un gran tiempo el sentido de seguridad. La revolución que debemos tener es interna, no podemos cambiar la humanidad si no cambiamos primero nosotros, y como es que lo vamos a lograr, simple, haciendo nuestro trabajo lo mejor que se puede, si eres policía, dedícate a encerrar a los violadores de las leyes, sin importar status social, no aceptes mordidas y cumple con tu obligación, si eres albañil o arquitecto, haz tu trabajo con responsabilidad, no por ahorrarte unos quintos, utilices materiales de tercera que con el tiempo podrían derrumbarse, si eres burócrata, haz tu trabajo, no solo se va a la oficina a leer y perder el tiempo, no hagas que los tramites tarden mas de lo que se necesita, si eres lo que sea que hayas escogido ser, hazlo con responsabilidad y respeto a los demás y a ti mismo, y si perteneces al gran numero de políticos mexicanos, haz el trabajo para el que se te esta pagando, y no pienses que ya te sacaste la lotería solo porque tienes acceso al erario publico, recuerda que eso esta destinado para beneficio colectivo de México y sus habitantes, a ese tipo de revolución es a la que me refiero, y si tu como mexicano, te das cuenta que se esta violando la ley y están dañando a México, nuestro deber es levantar la voz y decir basta, aplicar la ley a quien se le deba aplicar y no escudarse con el fuero, que dicho sea de paso, debería ser erradicarlo en definitiva, ya que siempre ha sido usado como un escudo con el que se ha permitido realizar actos atroces o para violentar las leyes y derechos de terceros sin temor a recibir castigo alguno. Debemos revolucionar nuestras leyes, la humanidad ha cambiado, a si mismo nuestras leyes deben hacerlo, ya no existe el Presidencialismo gracias a que en algo hemos cambiado, y así las leyes deben evolucionar, si tu eres diputado, dedícate a legislar con responsabilidad, prepárate, cuantas veces no escuchamos que preguntas simples como quienes son los niños héroes, nuestros legisladores no tienen ni la mas remota idea de cual es la respuesta, si no sabes de un tema, estudiado, nunca es tarde para aprender. Y hablando de aprender, otra revolución que debemos tener es la educativa, los maestros a enseñar y los alumnos a aprender, las escuelas, colegios y universidades mas que un centro de enseñanza se ha convertido en cuarteles de políticos inescrupulosos, o vistos simplemente como el negocio familiar, pero interés por tener mejores y mas preparados profesores y a la vez excelentes alumnos, no se ha visto, cada año vemos al magisteriado cerrando carreteras y armando gran alboroto porque el sueldo no es lo que ellos quisieran, pero cuando hemos visto que les interese prepararse no solo culturalmente, sino pedagógicamente, yo personalmente tuve la desgracia de tener profesores que ni siquiera el idioma español sabían hablar correctamente, y es una pena que en lugar de preocuparse por saber mas para poder enseñar mas, les preocupe solo ganar mas. Este es el tipo de revolución por el que debemos luchar, primero cambiemos nosotros, educando a nuestros descendientes de esta forma, y talvez, así como un virus la revolución sea colectiva y nuestros nietos puedan crecer en un México digno y primer mundista.
Articulo expuesto por "ivette"


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Horror a la Revolución
El horror a la Revolución.

No queremos luchas fratricidas, no queremos sangre, no queremos guerra, dicen los timoratos. Y hablan en seguida de los horrores de la matanza: la sangre corriendo en abundancia, la atmósfera cargada de espesos humos, el ruido ensordecedor de las armas de fuego; sangre, agonía, muerte, incendio. ¡qué horror!
¡Qué horror! En verdad, compañeros, nada tiene de agradable el espectáculo que ofrece la guerra; pero la guerra es necesaria. Es necesaria la guerra cuando hay algo que se opone a la conquista del bienestar.
Es horrible la guerra, cuesta muchas vidas, muchas lágrimas y muchos dolores; pero ¿qué decir de la paz? ¿Qué decir, compañeros, de la paz bajo el presente sistema de explotación capitalista y de barbarie gubernamental? ¿Garantiza siquiera la vida esta paz?
Por horrible que sea la guerra, no sobrepasa en horror a la paz. La paz tiene sus víctimas, la paz es sombría; pero no porque la paz, por sí misma, sea mala, sino por el conjunto de circunstancias que la componen en la actualidad. Sin necesidad de que haya guerra, hay víctimas en tiempo de paz, y, según las estadísticas, las victimas en tiempo de paz son más numerosas que las víctimas en tiempo de guerra.
Basta con leer todos los días los periódicos de información para convencerse de que es una verdad lo que digo. Ya es una mina que se desploma y aplasta a centenares o miles de trabajadores; o bien, un tren que descarrila y produce la muerte de los pasajeros; o un buque que se hunde y sepulta en el fondo del mar a muchas personas. La muerte espía al ser humano en todos los momentos de su existencia. El trabajador cae de los andamios y se despedaza el cuerpo. Otro, manejando una máquina, se corta un brazo, una pierna y queda mutilado o muere. El número de personas que mueren anualmente en virtud de catástrofes mineras, ferroviarias, marítimas y de otra naturaleza es verdaderamente alarmante. Los que mueren como consecuencia de incendios de teatros, hoteles y casas alcanzan una cifra desesperante cada año.
Pero no es esto todo: las condiciones de insalubridad en que se efectúa el trabajo en las fábricas y los talleres; lo fatigoso de las tareas; la incomodidad e insalubridad de las viviendas de los trabajadores -forzados a vivir en verdaderas zahúrdas-; la suciedad de los barrios obreros; la mala alimentación que el trabajador puede conseguir por los salarios miserables que gana; la adulteración de los artículos alimenticios; la inquietud en que vive el hombre de trabajo, que teme que, de un momento a otro no podrá llevar pan a la familia; y el disgusto que produce el hecho de encontrarse bajo la influencia del polizonte, bajo la influencia de leyes bárbaras dictadas por el estúpido egoísmo de las clases encumbradas, bajo la influencia de monigotes descerebrados que la hacen de autoridad; todo ello: insalubridad, mala alimentación, trabajo fatigoso, inquietud por el porvenir, disgusto del presente, minan la salud de las clases pobres, engendran enfermedades espantosas como la tisis, el tifo y otras que diezman a los desheredados y cuyos estragos alcanzan a todos: a hombres, a mujeres, ancianos y niños. Lo que no ocurre con la guerra, en la que es raro el caso del atropello a los ancianos, a las mujeres y a los niños, a no ser que se trate de un tirano bestial -como Porfirio Díaz-, para quien no hay en esta vida criatura respetable. El tigre hinca los colmillos indistintamente en las carnes de un viejo, de una mujer o de un niño.
Todas estas calamidades, que sufre la humanidad en tiempo de paz, son el resultado de la impotencia del Gobierno y de la ley para hacer la felicidad de los pueblos por la sencilla razón de que tanto el Gobierno como la ley no son otra cosa que los guardianes del Capital, y el Capital es nuestra cadena común. El Capital quiere ganancias y, por lo tanto, no se preocupa de la vida humana. El dueño de una mina no se preocupa porque el lugar del trabajo ofrezca riesgos para la vida de los obreros; no hace las obras necesarias para que el trabajo se efectúe en la mina en condiciones de seguridad que garanticen la vida de los mineros. Por eso se desploman las minas, ocurren explosiones, los obreros se desprenden de los elevadores y hay otros muchos siniestros. El capitalista tendría que ganar menos si protegiese la vida de sus operarios, y prefiere que éstos revienten en una catástrofe; que las viudas y los huérfanos perezcan de hambre o se prostituyan para poder vivir, a gastar algunas sumas en favor de los que con su trabajo lo enriquecen, de los que con su sacrificio lo hacen feliz.
Igual cosa puede decirse de los desastres ferrocarrileros y marítimos. El mal material de que están construidos los barcos, los coches y las locomotoras, para obtener todo eso al menor costo posible, y el deterioro que se opera en ellos con el uso; el hecho de que las compañías tienen que usarlo todo hasta su rnáximo de duración para gastar menos, añadiéndose a todo esto el mal estado de las vías, que hay que componer lo menos posible para sacar mayores utilidades, hacen que la inseguridad sea efectiva e inminentes las catástrofes.
La ganancia que quiere el Capital es, también, la causa de que el trabajo de las fábricas y talleres se haga en condiciones de insalubridad manifiesta. El capitalista tendría que gastar dinero para que las condiciones higiénicas de los lugares de trabajo fueran buenas, y es precisamente lo que no quiere. La salud y la vida de los trabajadores no entran en los cálculos de los capitalistas. Ganar dinero, no importa cómo, es la divisa de los señores burgueses.
La miseria, por sí sola, es más horrible que la guerra, y causa más estragos que ella. El número de niños que mueren cada año es fabuloso; el número de tuberculosos que muere cada año, es, igualmente, admirable. Estos fallecimientos se deben a la miseria, y la miseria es el producto del sistema capitalista.
¿Por qué temer la guerra? Si se tiene que morir aplastado por la tiranía capitalista y gubernamental en tiempo de paz, ¿por qué no morir mejor combatiendo lo que nos aplasta? Es menos espantoso que se derrame sangre que conquistar la libertad y el bienestar, que continúe derramándose bajo el actual sistema político y social en provecho de nuestros explotadores y tiranos.
Además, la guerra no produce tantas víctimas como la paz bajo el actual sistema. El número de personas que resultan muertas en una batalla o en un encuentro es reducidísimo en comparación con el número de hombres que han entrado en juego por ambas partes combatientes; y si fuera posible que toda una nación estuviese en revolución, si ese estado de guerra durase un año, al final de ese tiempo se vería que por las dificultades que había tenido el capitalismo para explotar a los trabajadores por hallarse la mayor parte de éstos con las armas en la mano, el número de defunciones había decrecido, o al menos había sido igual al de los años pasados en paz. Esto ha podido comprobarse en países que han estado en revolución. Los trabajos se suspenden por el estado de guerra; los trabajadores cambian el malsano género de vida de la fábrica, del taller o de la mina, por la vida sana al aire libre, comiendo carne en abundancia, haciendo saludable ejercicio y, sobre todo, teniendo reanimado el espíritu con la esperanza de cambiar de condición, o simplemente satisfechos de levantar el rostro y de sentirse libres enfrente de sus amos espantados.
Es mejor morir atravesado por una bala defendiendo su derecho y el bienestar de sus hermanos, que perecer aplastado, como un gusano, bajo los escombros de la mina, o triturado por la maquinaria, o en una agonía penosa y lenta en un rincón de la negra covacha.

Gritemos con todas nuestras fuerzas: ¡Viva la Revolución! ¡Muera la paz capitalista!
NO EZ KOMENTARIO DE MI AUTORIA DEZIDI IR MAZ ALLA, EZTE EZ KOMENTARIO DE RICARDO FLORES MAGÓN, EZ MUY BUENO ADEMAZ DE KE VA AKORDE.

| Por 3 Acatl-Mazatl| 14-8-2005 | 12:31:06 AM |
 
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